Este artículo se publicó originalmente en catalán en Revista Mirall País Valencià

 

“Me dicen que he hecho una buena labor municipal, pero yo creo que lo dicen para no frustrarme y que no deje el cargo”. “No sé qué hago en esta reunión de lo más granado de la coalición, notarán que no doy la talla.”

Frases de este estilo las he oído con frecuencia por parte de clientes del mundo de la política. En psicología lo llaman la experiencia, el fenómeno o el síndrome del impostor. Es la sensación de suponer que has engañado a los demás y que aparentas falsamente ser más competente y talentoso de lo que en realidad eres.

En los años sesenta, Pauline Rose Clance y, posteriormente, Suzanne Imes, psicólogas sociales, empezaron a estudiar este fenómeno porque la primera tenía sentimientos que la descolocaban. La Dra. Clance, a pesar de sacar muy buenas notas académicas, pensaba: “Todo el mundo es más inteligente que yo. En esta ocasión he tenido suerte, pero tal vez la próxima fracase. Ni siquiera tendría que estar aquí”.

Este tipo de percepciones se han detectado en hombres y mujeres, en todos los grupos profesionales, clases sociales y nacionalidades, en gente con mucho éxito y con poco. Es una situación que se suele vivir en silencio, que no se comenta ni con la pareja ni con los amigos. Y no se solía buscar ayuda profesional por vergüenza, aunque, cada vez más, la persona entiende que con ayuda profesional lo podrá superar más sólida y rápidamente.

 

¿Pero esto existe realmente?

Y en política también ocurre, y más de lo que te imaginas. Decirle a la persona que experimenta impostorismo que realmente es competente suele ser estéril, ya que ignora los comentarios halagüeños, y las evidencias de que desarrolla un buen trabajo no hacen mella en su idea de impostor.

La buena noticia es que se puede superar. De hecho, la Dra. Clance, la creadora del término, lo superó. Y muchas otras personas hoy en día lo superan. Para saber más sobre la experiencia del impostor te sugiero el libro Presencia, de Amy Cuddy. Es una psicóloga social que también lo padeció y fue capaz de superarlo.

Existe una amplia variedad de maneras de sentirse impostor: sentirse juzgado por otras personas, ponerse unas expectativas muy altas de cómo debería actuar y que son imposibles de conseguir, compararse con otras personas y salir siempre perdiendo en la comparación, creer que los éxitos que uno obtiene son debidos a un error, a suerte, etc.

 

 

El fenómeno del impostor aplicado a la política cotidiana

He tenido clientes que, después de trabajarse las sensaciones de impostor y superarlas, han experimentado como es sentirse adecuado en su ámbito, valorándose equilibradamente. Ha sido en ese momento que se han dado cuenta de las repercusiones negativas que esas sensaciones impostoras habían acarreado en su vida política.

¿Quieres saber algunas de las consecuencias nefastas? Aquí van algunas. Una concejala sentía ansiedad, los nervios le impedían concentrarse. Se preguntaba: “¿Qué hago yo aquí? ¡Como se den cuenta de que no estoy a la altura de las circunstancias…!”, con lo que activaba un miedo continuo a ser descubierta. Una militante iba a dejar perder oportunidades políticas por no sentirse capaz de hacer frente al cargo, a pesar de tener los conocimientos y las capacidades adecuadas. Otro caso consiste en no ocupar su espacio físico, mental y emocional, con lo que lo ocupan otros, y entonces sentirse apartado y quejarse de que los demás le han ocupado el puesto.

En general suele ocurrir que, aunque la persona esté plenamente capacitada, no da los pasos necesarios para conseguir cargos públicos u orgánicos porque piensa que ese no es su sitio y, por tanto, que no podrá llevar a cabo una tarea política importante. O si acepta el cargo, no continua en la siguiente legislatura pese a que ha tenido un desempeño estupendo.

(Por supuesto, también ocurre lo contrario: personas que no dan la talla en operatividad y conocimientos y se creen que son competentes.)

 

 

 

El alcalde que no era consciente que estaba gobernando

Veamos un ejemplo real. Me cuentan de que, en unas elecciones municipales, después de varios mandatos de gobernar la alcaldesa del PP y tras perder esta las elecciones, se nombró el primer alcalde de Compromís en la ciudad. Una vez el alcalde fue proclamado oficialmente, en el grupo municipal continuaron hablando durante un mes de que “si la alcaldesa esto, que si la alcaldesa lo otro”. Hasta que alguien se dio cuenta de que ya no había alcaldesa, que tenían que hablar del alcalde, de su alcalde, de su grupo municipal. Tal como me lo explicaron intuyo que, de alguna manera, el nuevo alcalde y el grupo municipal no sentían que ese fuera su sitio hasta que, finalmente, ocuparon emocional y mentalmente el espacio que les correspondía.

Mi hipótesis es que este fenómeno del impostor se da menos en políticos de derecha y mucho más en políticos de izquierda, progresistas, nacionalistas periféricos y verdes. ¿Por qué? Te voy a mostrar unas pocas razones. En el fondo piensan que ellos no forman parte o no quieren formar parte del status quo (aunque no actúen como tal), por su pudor de formar parte del “poder” (si piensan que el poder es malo, entonces ellos no quieren entrar en ese espacio), por no ser de “la clase dirigente”, por no encajar en su estereotipo de lo que es un político, un gobernante, por su falta de abolengo, etc. De manera que deshacerse de la experiencia del impostor es muy útil para que las izquierdas y verdes ocupen espacios a las derechas. Este es un factor importante de por qué en España, siendo sociológicamente un país de izquierdas, siempre han sido tan reñidos los resultados electorales entre izquierdas y derechas.

 

El peligro de embelesarse con los líderes (especialmente si eres mujer)

Otro caso real de haber superado la experiencia de impostora: Era una candidata a diputada en un parlamento autonómico. La ficharon, puesto que era una mujer extrovertida, con muchos contactos sociales, con ideas interesantes, etc. Cuando llegó a mi consulta, cuatro meses antes de las elecciones, me explicó que unos meses atrás era muy sociable, tenía don de gentes y hablaba fluidamente, pero que en las últimas semanas todas estas habilidades habían desaparecido. Investigando me di cuenta de que había empezado a sentirse fuera de su lugar porque se relacionaba con la cúpula del partido en la autonomía. Cuando el secretario de organización hablaba se quedaba embelesada de su oratoria, cuando un consejero autonómico negociaba admiraba su habilidad, etc. Y cuando lo enfocaba así, sin darse cuenta los ponía en un pedestal mental, lo que significa que se representaba a esas personas por encima de ella, más altas que ella. Pero no se percataba de que eso implicaba que ella se ponía por debajo de esas personas emocionalmente y se sentía inferior.

 

“No debería de estar aquí, no doy la talla!”

Me di cuenta de ello por varias pautas, especialmente por un gesto que hizo. Mientras decía que admiraba a esas personas, levantó el brazo señalando una imagen mental por encima de ella. La ayudé a darse cuenta de que, si elevaba a los demás mentalmente por encima de sí misma, se estaba perjudicando, ya que sentía: “¡Qué hago yo al lado de estas personalidades de la política! No debería estar aquí, ¡no estoy a la altura!”. Entonces la guie para que se recolocara mentalmente y se situase al mismo nivel que esas personas a quienes admiraba. Y pudo recuperar fácilmente sus capacidades habituales: manteniendo relaciones fluidas que transmiten entusiasmo, motivando a las personas con las que habla, etc. Y finalmente consiguió su acta de diputada.

Como ves, este tipo de fenómenos mentales tiene solución, lo que permite conseguir más cargos públicos y expandir las políticas progresistas y verdes.

Carles Porcel es www.capacitador.info @PorcelCarles

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